“Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son, esta es mi insignia y blasón”. Este lema de Madrid, grabado en los escudos de las milicias de Alfonso VIII, en el siglo XII, daba fe del protagonismo del agua sobre la que se asienta la ciudad. Su propio nombre deriva del árabe Mayrit, que ya en el siglo XI aludía a los numerosos cauces de agua que la recorrían. Hasta la llegada de la Corte en el siglo XVI, Madrid contaba únicamente con los viajes del agua, un sistema de captación y distribución de agua subterránea a través de una gran red de galerías de origen árabe (qanat, fogara o jatara).
Bajo tierra, el agua se almacena en las formaciones geológicas denominadas acuíferos. Tanto el agua de lluvia que discurre por los ríos, como el agua de inundaciones o deshielos, se infiltra en el suelo llenando los poros y fisuras del terreno hasta que llega a capas impermeables que impiden su paso (conocidas como zona saturada). Bajo la ciudad de Madrid, las aguas que inspiraron su nombre se encuentran en el que hoy denominamos acuífero del terciario detrítico de la cuenca de Madrid, de 2.600 kilómetros cuadrados, que se formó entre 23 y 5 millones de años atrás. Puede alcanzar profundidades de casi 3.000 metros y los primeros 800 pueden utilizase para el abastecimiento, ya que se trata de aguas de mineralización débil y cumplen con los parámetros exigidos para el consumo humano.
Estos ecosistemas subterráneos son unos de los más extraordinarios y menos conocidos del planeta. En ellos viven pequeños invertebrados y microorganismos que se han adaptado a la vida en el subsuelo y a la ausencia total de luz. Las aguas subterráneas sostienen los ríos y otros ecosistemas asociados, apoyan la agricultura, abastecen un gran número de poblaciones y hacen frente a los efectos generados por el cambio climático y las sequías.
Según la UNESCO, aproximadamente, el 99% de toda el agua dulce en estado líquido pertenece a aguas subterráneas repartidas por todo el planeta de forma desigual. Suponen la mitad del volumen de agua empleada para uso doméstico por la población mundial y alrededor de una cuarta parte de toda ella se utiliza para el riego del 38% de todas las tierras de regadío del mundo.
El agua subterránea ocupa a nivel mundial el segundo puesto como reserva de agua dulce del planeta, por detrás de los casquetes polares y muy por delante de los lagos y embalses. En numerosos países es la principal fuente de agua dulce; y en el caso de España se estima que alrededor del 30% tiene un origen subterráneo según datos del Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico (MITECO).
La presencia de aguas subterráneas supone una garantía para el abastecimiento de cualquier núcleo de población, siempre que su extracción no exceda su capacidad de recarga. En el caso de Madrid, su incorporación al sistema de abastecimiento de la comunidad autónoma, con 78 pozos equipados con bombas que pueden extraer agua a gran profundidad, suponen un gran alivio en lo que a la gestión del agua se refiere, ya que permite disponer de un mayor volumen para hacer frente a los periodos de sequía o a situaciones de contingencia.
En España, el MITECO estima que cerca del 40% de los acuíferos no se encuentran en buen estado, principalmente por sobreexplotación y contaminación. Además, el cambio climático está reduciendo de forma significativa su capacidad de recarga natural y el incremento del nivel del mar está aumentando los problemas de intrusión marina en algunos acuíferos costeros.
Por todo ello, además de realizar una gestión sostenible del recurso subterráneo que garantice su calidad y disponibilidad, es importante implementar soluciones innovadoras como el proyecto LIFE Matrix. Este proyecto piloto, financiado por la Unión Europea, está poniendo a prueba un sistema de “recarga gestionada de acuíferos” con agua regenerada, que pretende incrementar un 15% los recursos hídricos subterráneos al tiempo que reduce el consumo energético y las emisiones de gases de efecto invernadero respecto a otras tecnologías.
Las crecientes necesidades de la población incrementan la demanda de aguas subterráneas, un recurso vasto y vital para nuestro modo de vida, pero limitado y necesitado de un uso sostenible. De ahí la importancia de “hacer visible lo invisible” como apuntaba el lema de Naciones Unidas para el Día Mundial del Agua de 2022.