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Tal y como reconoce la Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa (UNECE, 2018), existe un vínculo natural entre el agua y la producción de energía. Por esta razón, las estrategias de adaptación al cambio climático deben buscar soluciones en torno a este nexo que influye en uno de los principales efectos del calentamiento global: las sequías, que llevan a la falta de recursos hídricos y a la desertización.
Las estrategias de adaptación deben tener en cuenta, también, las consecuencias que este nexo entre agua y energía tiene sobre la producción de alimentos y la supervivencia de nuestra especie. Hay que tener presente que las aguas transfronterizas constituyen más del 60% de los recursos mundiales de agua dulce y que de ellas depende la energía, los alimentos y la seguridad ambiental. Así que “su gestión sostenible es crucial para el desarrollo, la paz y la estabilidad” (UNECE, 2020).
La cuestión, tal y como reflejan las Naciones Unidas, es que la actividad agrícola requiere mucha energía, para el uso de maquinaria y riego, por ejemplo; pero es que, además, a mayor necesidad de producción de alimentos, más necesidad de desarrollar infraestructuras de abastecimiento de agua y saneamiento, lo que también conlleva un mayor uso de energía (construcción, tratamiento, bombeo…).
De esta manera, la administración sostenible de ambos vectores -agua y energía- es imprescindible para influir lo menos posible en los ecosistemas y no agravar la desertificación. La Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa concluye que una adecuada gestión de los recursos hídricos está ligada al desarrollo de la energía renovable y, sobre todo, a la eficiencia.
“La menor demanda de energía gracias a la mejora de la eficiencia energética se traduce normalmente en una demanda más baja de agua, que a su vez reduce el impacto en los recursos hídricos”, reconoce la Comisión Económica de la ONU, al tiempo que afirma que un mayor despliegue de renovables podría ayudar a esa eficiencia, por ejemplo, a través del riego o el bombeo con autoconsumo fotovoltaico. También la electrificación, con energías limpias, es un factor que ayuda a luchar contra la desertificación, permite el riego intensivo con aguas subterráneas o la desalinización del agua.
Desde la Fundación Canal promovemos estudios, investigaciones y jornadas técnicas sobre el uso sostenible del agua y su relación con la energía y el cambio climático. Estas actividades, junto con el resto de programas y acciones de sensibilización, entre las que se encuentra este blog, son coherentes con nuestros fines y una de nuestras señas de identidad.
En España, el ciclo del agua supone el consumo de alrededor del 7% del total de la energía eléctrica, es decir, 23.000 GW/hora al año. Y ya en el Foro ‘Agua para el desarrollo 2014. Agua y energía’ (Fundación Canal, 2015), quedó patente que este consumo seguirá una tendencia creciente por el aumento precisamente de estas actividades de desalación, de regeneración para reutilización, de modernización de regadíos o de depuración.
Por su parte, el estudio ‘Agua, energía y cambio climático’ realizado por la Fundación Canal en colaboración con el Instituto de Investigación Tecnológica de la Universidad Pontificia de Comillas (Fundación Canal, 2015) trata de identificar qué tecnologías de generación eléctrica pueden ser las más adecuadas en este contexto de estrés hídrico. Una de sus conclusiones es que la no adaptación al cambio climático tiene un coste y lo importante qué es alcanzar en el sector las emisiones cero. También que una menor disponibilidad de agua supone un mayor coste para el sistema energético y que las medidas de adaptación al cambio climático bajan esta factura.
Y es que la producción de energía tiene un impacto sobre el consumo del agua, como pone de relieve la investigación ‘El Nexo. Agua-tierra-energía en España’ (Fundación Canal, 2016). Este estudio llama también la atención sobre el hecho de que el despliegue energético sobre el territorio puede acelerar la acidificación del suelo y la eutrofización terrestre y marina. Dos consecuencias que, subraya, disminuyen a medida que aumenta la penetración de energías renovables en el sistema.
Es imprescindible, por tanto, reducir los consumos de energía e introducir renovables durante todas las fases de la gestión del ciclo integral del agua que sea posible para optimizar los costes y reducir la huella energética a lo largo de todo el proceso, sin perder nunca de vista la eficiencia (Fundación Canal, 2017).
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