Las inundaciones globales y los eventos de lluvia extrema han aumentado en más de un 50% esta década, y ahora se están produciendo a una tasa cuatro veces mayor que en 1980 (Informe de 2020 de Naciones Unidas “Water and Climate Change”).
Las causas principales de las inundaciones: las precipitaciones intensas, el aumento del nivel freático de las aguas subterráneas, o el aumento del nivel del mar y el oleaje en las zonas costeras. Además, aunque son fenómenos naturales que no pueden evitarse, las malas prácticas urbanísticas como la construcción en zonas cercanas a cauces o ramblas, así como el cambio climático, están contribuyendo a aumentar las probabilidades de que ocurran y su impacto negativo.
Las inundaciones son la catástrofe natural que ocasiona mayores daños en España, con un impacto económico medio de 800 millones de euros anuales. En la Unión Europea han generado casi 1500 eventos desde 1980, más de 4300 muertes y más de 170 “billones” de euros en daños económicos.
Algunos estudios apuntan a cambios en las magnitudes de las inundaciones por efecto del cambio climático. En las últimas décadas, en España se está registrando una disminución en las cuencas de tamaño medio y grande y, sin embargo, un incremento en las cuencas pequeñas motivado por tormentas convectivas de gran intensidad y corta duración.
Para afrontar esta realidad, tanto España como los demás países de la Unión Europea, al definir sus políticas sobre uso del suelo y la gestión del agua, deben tener en cuenta los impactos potenciales en los riesgos de inundación y su gestión. Así, la normativa europea (transpuesta al ordenamiento español) obliga a los Estados, con relación a los riesgos de inundación, a: (1) evaluarlos, (2) elaborar mapas y (3) establecer planes de gestión.
Centrando nuestra atención en las soluciones de prevención, en concreto en los núcleos urbanos, una de las claves está en planificar y actuar respetando la dinámica de los cursos naturales del agua. Frente a los cauces estrechos que debilitan las protecciones y aumentan el riesgo aguas abajo, se hace imprescindible recuperar las llanuras de inundación de los ríos: de este modo el río conecta con sus márgenes, con los bosques de ribera, con sus meandros abandonados y se puede desbordar hacia terrenos menos vulnerables que los habitados, disminuyendo así el riesgo en zonas urbanas.
Por otro lado, en las ciudades no ocurre como en el campo, donde el agua de lluvia se infiltra más rápido y con más facilidad porque los suelos son más permeables. Cuando no pueden absorber más, sobre los suelos pavimentados se forma una lámina de agua, la escorrentía, que circula en busca de un drenaje. Si no se drena rápidamente, toda esta agua puede provocar inundaciones. Por ello, en las ciudades, la clave para gestionar de forma adecuada las precipitaciones está en la prevención, por un lado, a través de una adecuada planificación y diseño urbanístico, y en las medidas de protección por otro, como el uso de sistemas urbanos de drenaje sostenible (SUDS) y otras infraestructuras.
Como en su recorrido el agua filtrada se une a la de uso doméstico en la última fase de su ciclo integral (cuando desemboca en las alcantarillas y circula hasta las depuradoras) junto con los SUDS que ayudan a limitar la escorrentía, deben intervenir infraestructuras integradas con el alcantarillado, como los tanques de tormentas. Estos retienen las primeras aguas de lluvia, que además son las más contaminantes, regulando su paso a las depuradoras. En la ciudad de Madrid hay 36 tanques de tormentas que, con los del resto de la región, suman más de 60. El de Arroyofresno, cuyo volumen equivale a 8 estanques de El Retiro, es uno de los más grandes del mundo.