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La escasez continuada de precipitaciones provoca la denominada sequía meteorológica, que afecta generalmente a zonas de gran extensión y genera el resto de las sequías: la hidrológica, agrícola, socioeconómica, etc. España, según la AEMET, lleva en situación de sequía meteorológica desde enero de 2022 (balance climático del invierno 2022/2023).
El almacenamiento de agua en los embalses es clave para gestionar este valioso recurso y afrontar con garantías tanto el suministro habitual como los periodos de sequía. En este contexto de cambio climático y escasez de precipitaciones, la cantidad de agua almacenada se está viendo mermada en los últimos años y apunta una clara tendencia decreciente.
En el comienzo de este año hidrológico, el 1 de octubre de 2022, que es cuando en un clima típicamente mediterráneo como el nuestro se marcan los mínimos, las reservas de los embalses españoles estaban en 14.944 hm3, lo que supone un 32% de su capacidad total. Y en 2023, tras una primavera extremadamente seca (la segunda más seca desde 1995), y a pesar de las lluvias tardías del mes de mayo, a comienzos del verano meteorológico los embalses están al 47,4% de su capacidad, un 21% por debajo de la media de los últimos 10 años.
Esta merma de la cantidad de agua almacenada en los embalses viene acompañada de un incremento de las temperaturas extremas, que acentuarán los periodos de sequía y complicarán la gestión de las reservas.
Así, según la Organización Meteorológica Mundial, las temperaturas mundiales batirán récords en los próximos cinco años. La causa: no solo la emisión de gases de efecto invernadero generada por la actividad humana, sino también la finalización del episodio del fenómeno natural de La Niña en marzo de 2023, al que previsiblemente seguirá un episodio de El Niño en los próximos meses. El fenómeno de El Niño lleva normalmente aparejado un incremento de las temperaturas mundiales al año siguiente de su formación, es decir, en 2024.
A medio-largo plazo, según las modelizaciones realizadas por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) para un escenario intermedio de emisiones (con cierta reducción de las actuales, pero sin un drástico cambio de modelo energético), de aquí a 2100 se prevé una reducción sensible de las precipitaciones en la región mediterránea, con una disminución de las nevadas y cierta incertidumbre en la evolución de las precipitaciones extremas.
La situación descrita a lo largo de estas líneas está acelerando procesos como la desertificación, que se puede definir como la degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, resultante de factores tales como las variaciones climáticas y las actividades humanas. En este contexto, se prevé un incremento del índice de aridez en la península Ibérica, en la que amplias zonas del sureste y centro peninsular entrarán a finales de siglo en la categoría semiárida y árida.
Para intentar frenar este proceso de desertificación, desde el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico se elaboró en 2022 la Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación, que adaptó el Programa de Acción Nacional contra la Desertificación (PAND, 2008) a la nueva agenda internacional con medidas de gestión sostenible de la tierra y de impulso de la restauración de terrenos desertificados, además de otras como la mejora de las herramientas para el análisis de riesgo y la toma de decisiones en la lucha contra este fenómeno.
Precisamente en el ámbito internacional se pueden encontrar interesantes iniciativas para intentar revertir esta situación, como la Gran Muralla Verde en África. Se trata de un proyecto promovido por la Unión Africana para combatir el impacto de la desertificación y la degradación ambiental, que cuenta con el apoyo de Naciones Unidas y la Unión Europea. Implica a 20 países del África subsahariana y pretende reforestar con diversas iniciativas una banda de 7.000 km de largo y 15 de ancho al sur del desierto del Sahara. La ONU estima que, para restaurar los 100 millones de hectáreas previstas en 2030, se necesitarían unos 33.000 millones de dólares. Para facilitar los flujos de financiación se ha habilitado un Acelerador de la Gran Muralla Verde, que ya ha conseguido captar hasta el momento 19.000 millones de dólares para el proyecto.
Iniciativas como esta nos muestran que en nuestra mano está actuar; continuar redoblando esfuerzos en la gestión sostenible del agua y promover soluciones imaginativas e innovadoras para contener y revertir la crisis climática hacia un escenario de mayor equilibrio y respeto con el entorno.
