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Tal y como suscribe el objetivo 14 de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas) dedicado a la vida submarina “nuestra lluvia, el agua potable, el tiempo, el clima, los litorales, gran parte de nuestra comida e incluso el oxígeno del aire que respiramos los proporciona y regula el mar”. Es tal su importancia y su función reguladora de la vida en el planeta que debemos poner especial atención en cómo le está afectando el cambio climático, así como otros impactos derivados de la actividad humana.
El mar como reserva de biodiversidad. Los océanos acogen a casi 200.000 especies identificadas, pero las cifras reales pueden ser de millones. Alberga ecosistemas como los arrecifes de coral, uno de los más diversos y biológicamente más complejos del mundo, pero también uno de los más frágiles. La modificación del pH del agua del mar por el incremento de la temperatura está acidificándola y ocasionando el blanqueamiento y muerte de los corales.
Además, el mar es nuestra gran despensa. Los océanos suponen la mayor fuente de proteínas del mundo y más de 3.000 millones de personas dependen de la biodiversidad marina y costera para su sustento. Por eso es tan importante hacer un uso sostenible de esa despensa y aprovechar las modernas técnicas de acuicultura encaminadas a producir organismos acuáticos en su medio. España es puntera en estas técnicas, destacando en la cría de especies como el mejillón, el rodaballo, el lenguado, la dorada, la lubina y la corbina.
Las corrientes marinas son esenciales para la buena salud de los mares y océanos. Distribuyen los nutrientes, la concentración de sal, la temperatura y ayudan a la migración de las especies. Una de las corrientes profundas más relevantes, la circulación termohalina, recorre la cuenca del Océano Atlántico hasta el Océano Glacial Antártico actuando como una gran cinta transportadora que garantiza el equilibrio climático.
Lamentablemente, las corrientes marinas también transportan objetos indeseados como todos los residuos que desembocan en el mar a través de los ríos o como consecuencia de algunas actividades pesqueras poco respetuosas, que terminan concentrándose en grandes acumulaciones denominadas “islas de plástico” al ser este su componente más abundante. La situada en el Pacífico Central tiene 1,6 millones de km2, el tamaño de España, Francia y Alemania juntas. Los microplásticos producto de la descomposición de estas basuras son ingeridos por los peces y otros organismos, pasan a nuestra cadena alimenticia. Ya hay en marcha interesantes proyectos internacionales para la recogida de los plásticos marinos, como Ocean Cleanup en Holanda o Gravity Wave y Upcycling the Oceans en nuestro país, pero la principal solución es la reducción del consumo de plásticos en origen y evitar que estos acaben en los mares.
En su vertiente de sumidero de carbono, los océanos han absorbido casi la mitad del dióxido de carbono producido por los humanos en los últimos 200 años, amortiguando los impactos del calentamiento global. Pero su capacidad de sumidero no es ilimitada y ya comienza a dar signos de agotamiento, con un incremento de la temperatura que por expansión térmica y, sumada a otros factores, redunda en un mayor incremento del nivel del mar. Este aumento, según el Panel Intergubernamental de Cambio climático (IPCC), podría ser a final de siglo de entre 46 y 76 cm, dependiendo de la ciudad costera, y afectar a más de 190 millones de personas.
En el apartado de soluciones no podemos dejar de lado el transporte marítimo, responsable del 13% de las emisiones de CO2 del total de transporte en la Unión Europea, pero sobre el que ya se están planteando opciones basadas en energías limpias, como los ferries o cargueros eléctricos que ya están operativos, o los prototipos de cargueros apoyados por energía eólica.
Todas las actuaciones e innovaciones tecnológicas deben remar en la misma dirección, conservar los mares, hacer un uso sostenible de sus recursos, mitigar todo lo posible los efectos del cambio climático y conseguir que nos adaptemos a sus consecuencias ineludibles. Porque del futuro de los mares depende también el nuestro.
