El agua no conoce de fronteras territoriales, razas, ni religiones. Todos los seres vivos del planeta, sin distinción, dependemos de su disponibilidad y calidad.
Esta afirmación tan contundente, y a la vez tan obvia, se da de bruces con la siguiente realidad: 2200 millones de personas en el mundo carecen de acceso a servicios de agua potable gestionados de forma segura y más de la mitad de la población no cuenta con servicios de saneamiento adecuados. Además, 2000 millones viven en países que sufren escasez de agua.
Por suerte, cada vez son más las organizaciones que están trabajando en proyectos enfocados a buscar soluciones a estas problemáticas.
A escala mundial, ONU-Agua es la encargada de coordinar los trabajos de más de 30 organizaciones de Naciones Unidas que trabajan en programas relacionados con el agua y el saneamiento. Es, además, un centro de seguimiento que proporciona datos e información, coherentes y fiables, sobre tendencias clave del agua y cuestiones de gestión a lo largo de su ciclo.
Los países cooperan compartiendo tecnología y soluciones a través de un programa común, el Decenio de Acción para el Agua 2018-2028, para transformar la forma de gestionar el agua, para mejorar su calidad y logar el acceso a servicios de saneamiento e higiene para todos. Para logar resultados más rápidos y a mayor escala, en 2020 Naciones Unidas lanzó, como parte del Decenio, el Marco de Aceleración Global del ODS6, una iniciativa en torno a cinco “aceleradores” interdependientes: la movilización de financiación para respaldar planes nacionales; la recopilación de datos para poder actuar y medir de forma fiable; el desarrollo de capacidades para gestionar mejor; la innovación; y la gobernanza que facilita la cooperación entre fronteras.
En el ámbito internacional, donde prima la cooperación voluntaria frente a la imposición, cobran especial importancia las conferencias para reforzar la colaboración entre países. En el caso del agua, en 2023 se celebró en Nueva York la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Agua para buscar soluciones a la actual presión hídrica en el mundo. En ella, según detalla, se comprometieron 300.000 millones de dólares para impulsar una agenda con casi 700 compromisos que abarcan «desde la creación de capacidades hasta los sistemas de datos y seguimiento, pasando por la mejora de la resiliencia de las infraestructuras”.
A diferencia del ámbito internacional, la política de aguas de la Unión Europea marca los objetivos, las directrices y los estándares que los 27 estados miembros debemos implantar en nuestros territorios. En esta zona del mundo, más del 90% de las aguas residuales están tratadas según los estándares europeos. No obstante, la UE tiene un reto importante para garantizar la calidad de los acuíferos y mejorar el estado ecológico de los lagos, ríos, estuarios y aguas costeras.
Mostramos a continuación dos casos representativos de la colaboración y trabajo en común de países y organizaciones.
Uno de ellos es el proyecto de la Gran Muralla Verde. Lanzado por la Unión Africana para combatir el impacto de la degradación ambiental y la desertificación. Consiste en reforestar en el sur del desierto del Sahara una franja que ocupa una extensión de 7000 km de largo y 15 km de ancho y en la que participan un total de 20 países africanos.
A pesar de la complicada ejecución del proyecto, y de las dificultades que tiene llevarlo a cabo en tantos países, es un proyecto estratégico impulsado con fuerza desde Naciones Unidas y cuenta con el apoyo de la Comunidad Internacional y de la Unión Europea.
Otro caso significativo es el proyecto de la Cuenca del río Senegal. La Organización para el Desarrollo del Río Senegal se creó en 1972 y actualmente la forman Mali, Senegal, Mauritania y Guinea. La gestión del río asigna porcentajes de costes en función de los beneficios que los países pueden obtener de los distintos usos, como son el riego, la energía y el transporte marítimo. Gracias a su cooperación estos países han logrado una solución sostenible en beneficio de todos ellos.
Cuando las organizaciones y países cooperan con el objetivo común de afrontar los desafíos globales del agua se crea un efecto en cascada capaz de mejorar la situación de partida, facilitar la adaptación a los cambios y generar prosperidad.