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Las emociones en el aula: ¿qué aportan?

Hazte la siguiente pregunta: ¿cómo era tu profesor preferido? Ante esta cuestión, el 90 % de las palabras con las que se suele responder están relacionadas con aspectos socioemocionales y no tanto con los académicos. Por ejemplo, recordamos que era una persona cercana, que inspiraba confianza, motivación, respeto, etc. más que su nivel de conocimientos.

Si además te decimos que el Foro Económico Mundial, en su informe The future of jobs (2016), incluyó entre las principales habilidades necesarias para alcanzar el éxito en el mundo laboral para 2020 la inteligencia emocional, podrás hacerte una idea de la relevancia que está adquiriendo este concepto en todos los niveles de la sociedad.

Pero, ¿sabemos qué es realmente la inteligencia emocional? Este concepto puede definirse como el conjunto de habilidades que nos ayudan a saber reconocer nuestras emociones, a comprender su origen, expresarlas de forma saludable y saber gestionarlas para que actúen a nuestro favor y nos permitan alcanzar nuestros objetivos.

Por eso, a pesar de haber estado en un segundo plano, y a veces desaparecida, la educación emocional en el ámbito educativo es fundamental para el correcto desarrollo personal y el bienestar del alumnado. De hecho, como plantea Daniel Goleman, psicólogo estadounidense mundialmente reconocido por sus publicaciones sobre inteligencia emocional, aunque el coeficiente intelectual pueda determinar el tipo de trabajo para el que una persona esté más capacitada, no es suficiente para predecir si esa persona tendrá éxito. El rendimiento escolar y la predisposición para el aprendizaje de una persona parecen estar más condicionados por la inteligencia emocional que por la cognitiva.

Son muchos los artículos y estudios que hablan sobre los beneficios de la educación emocional, tanto en el ámbito social como en el escolar. Pero, ¿por qué es tan importante trabajar la inteligencia emocional en el aula? Por ejemplo, desde el punto de vista social, la educación emocional aplicada desde temprana edad evitaría o reduciría el desarrollo de futuros adultos emocionalmente inmaduros, responsables de comportamientos poco saludables o conflictivos tales como adicciones, ansiedad, agresividad, depresiones, conductas de riesgo, acoso, etc.

Y centrándonos en el ámbito puramente educativo, entre los beneficios de formar alumnos emocionalmente maduros se pueden citar:

• Reducción del número de expulsiones de clase
• Mejor adaptación al entorno escolar
• Mejora del rendimiento académico. Aprenden más y mejor
• Disminución del estrés y la ansiedad
• Resistir mejor la presión de sus compañeros
• Aumento de las habilidades sociales y relaciones interpersonales satisfactorias
• Disminución de los comportamientos violentos o agresivos
• Mejor adaptación al cambio de estudios de Primaria a Secundaria
• Afrontar mejor la frustración
• Resolver mejor los conflictos

Si dejamos de ver a los colegios solo como centros de aprendizaje, entenderemos que también son el escenario donde los alumnos mantienen gran parte de sus relaciones interpersonales y se desarrollan emocionalmente. Aquí es donde la inteligencia emocional adquiere protagonismo: en la creación de centros educativos que fomentan la creación de ambientes positivos, seguros y que generan confianza, lo que permite no solo el desarrollo académico sino también el emocional del alumnado.

Y como docente, ¿cuál es tu papel? Si deseas desarrollar las competencias emocionales de tus alumnos, la base es poder establecer una relación positiva entre tú y ellos. Para ello, lo primero es saber identificar y gestionar tu propio estado emocional. Un profesor con competencias emocionales multiplica sus opciones de convertir en desafío profesional las diversas situaciones adversas que se presentan en el aula día a día en lugar de verse sobrepasado o anclarse en la queja. Es decir, podrás gestionar tu clase con mayor éxito. ¿Te apuntas?